La jornada laboral del pasado martes la tuve que dedicar íntegramente a una cola infernal para comprar un paquete de perritos de 340 g, dos paquetes de picadillo de 400 g y 6 bolsitas de detergente de 150 g. Ese día no "alcancé" ni pollo ni aceite, por eso ahora estoy aquí castigado, dedicando la mañana del domingo a intentar "recuperarlos". Por enésima vez, me pregunto si realmente no resulta posible distribuir estos productos a través de las bodegas establecidas en los barrios desde hace más de 60 años y hasta el sol de hoy, que precisamente fueron creadas para lidiar con situaciones de escasez generalizada, en lugar de mantener este odioso mecanismo paralelo que, además de machucar a los trabajadores y jubilados impiadosamente, conlleva significativos gastos adicionales de todo tipo de recursos que seguramente podrían emplearse mucho mejor para otros fines, y solo crea oportunidades para corruptos y ladrones. Antes de que alguien se apresure a decirme que en