El peor refresco del mundo, pero con constancia

A mi cuadra llega todos los días un tractor con una pipa a remolque, anunciándose con una corneta rompetímpanos, para vender el peor refresco del mundo. Siempre algunas personas lo compran, aunque en este caso sin colas, porque en Cuba la sempiterna escasez es capaz de crear mercado para todo. En tres momentos diferentes compré el peculiar bebestible, ansiando notar una evolución positiva de su sabor. Nunca fue el caso, y en las tres ocasiones solo conseguí la repulsa de los miembros de mi núcleo familiar.

Obviando la cuestión de la calidad del producto, lo que realmente me resulta admirable de esta iniciativa comercial a domicilio es que ha sido capaz de llegar a mi barrio de manera extraordinariamente regular, de lunes a domingo, al menos durante dos años. No la ha podido detener ni el bloqueo estadounidense, ni la pandemia, ni las coyunturas de escasez más extrema de combustible en los servicentros habaneros. A veces, con mis malos pensamientos, me pregunto si no se tratará de alguna extraña operación de lavado de dinero. Por otro lado, desconozco si se trata de un servicio estatal, cooperativo o privado, aunque la verdad es que no me interesa ni pienso preguntar sobre eso. Ojalá algún día todo el sistema de comercio cubano, tanto estatal como privado, fuera capaz de funcionar con la misma constancia.

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